martes, 1 de septiembre de 2009

El día en que me tocó "vivir"

Año 1985 o 1986 no recuerdo muy bien, el mes estoy casi seguro que fue febrero. Era un sábado de vacaciones escolares, ya saben las vacaciones cuando estás en el colegio son un relajo total, ese sábado estuvo nublado y el sol no se decidía a hacer su aparición. En esos días a causa de las lluvias, el agua que llegaba a las casas estaba muy turbia, así que la empresa encargada del servicio decidió hacer una restricción de suministro para realizar una limpieza en sus pozas de almacenamiento. En casa había un cerro de ropa acumulada por lavar, nosotros éramos varios hermanos y como es natural era un gran trabajo para mi madre. Mi Mamá Rosa sobrellevó años de sacrificio por nosotros y aún así tenía tiempo para ver por cada uno, con los varones jugaba al trompo y las canicas, sabía lanzar piedras con la onda, trepaba árboles, montaba la bicicleta muy bien, con las niñas hacia ropas para las muñecas y cosas propias de ellas, también nos preparaba comidas muy ricas y hacia unas delicias en el horno de panes y pasteles, pero lo que más me gustaba de ella eran las historias que nos contaba, las cuales nos mantenía en vilo mientras las relataba, historias de fantasmas, brujas, de apariciones, y sus propias vivencias de cuando fue niña, prometo relatar algunas en otras entradas.

Para solucionar el problema de la ropa acumulada, Miriam mi hermana mayor, se ofreció a lavarla en el río con ayuda de una señora que cuidó y ayudó a la familia desde antes que yo naciera, se llamaba Dona, era como nuestra Niñera, fue una gran ayuda y un gran apoyo, para mi madre y para todos nosotros. El plan para lavar la ropa era, partir al río alrededor de las 9 de la mañana y regresar en la tarde. Como cualquier niño curioso escuché la conversación entre mi madre, mi hermana y la Sra. Dona. Estaba sentado en las escaleras que llevaban al segundo piso y desde ahí le dije a Mamá Rosa.

- Por favor deja que Chabela, mi hermanita menor, tenía 6 años en ese entonces, Papo, ahijado de mis Padres, me llevaba un año y uno de mis mejores amigos de la infancia, y yo, vayamos con Miriam y con Dona al río, mira que estamos de vacaciones y estamos aburridos en la casa, por favor, te prometemos portarnos bien y ayudar bastante con la ropa.

Los tres le rogamos tanto y le pusimos tantos argumentos que accedió un tanto desconfiada, claro antes tuvimos que escuchar las objeciones de Miriam, decía que no quería distraerse cuidándonos y que mientras más antes regresaran sería mejor. Con la respuesta afirmativa de Mamá estuvimos tan contentos que alistamos nuestra ropa de baño, pelotas, baldecitos para atrapar renacuajos, etc. Como era época de lluvias, Papo tenían sus botas de jebe, eran inseparables. Antes de salir de casa, nuestra madre nos dijo - Niños por favor tengan mucho cuidado, no se acerquen mucho al río, no se vayan a caer y se los lleva, jueguen con mucho cuidado -. No se porque mi Madre tiene esa costumbre de advertirte algo y casi siempre te llega a ocurrir. Por eso siempre le decimos, - dime que me sacaré la lotería -.

Partimos a las 9 de la mañana de acuerdo a los planeado y llegamos al río en unos 15 minutos, febrero en la sierra es mes de lluvias, por lo tanto el río estaba bien cargado, la corriente era fuerte y se notaba peligrosa. Miriam y Dona se pusieron a lavar la ropa en la orilla cerca a unas piedras grandes conversando y riendo. Chabelita, Papo y yo, nos quedamos en ropa de baño, nos pusimos a correr en el pasto verde, se sentía rico pisar la hierba fresca con los pies descalzos, oler y sentir el campo, oír cantar a las aves, y escuchar el sonido del río.

Jugamos unas 2 horas hasta aburrirnos, atrapamos renacuajos en la orilla, pequeñas ranas, hasta hicimos pasear a unos cuantos sapos agarrándolos de las patas. En cierto momento vi las botas de jebe de Papo, me puse la del lado izquierdo y comencé a caminar haciendo piruetas, se sentía rico cuando sonaba con cada pisada, Chabelita y Papo se reían con mis ocurrencias. Luego de un rato me pare frente al rió y empecé a patear al aire, me parecía divertido, hasta que de un momento a otro la bota salió disparada de mi pie y cayó al torrentoso río, me puse pálido de la sorpresa, atrás de mí escuché a Papo llorando y diciendo.

– ¡Mi bota, se va mi bota! - Estaba inconsolable misma María Magdalena, y seguía repitiendo.
- ¡Mi bota, mi Papá me castigará si no regreso con mi bota¡ -

Fue como si me pincharan un alfiler en el ombligo con lo que dijo y pensé ¡Mierda! ¡La cagué! Si les dicen a mis padres que perdí su bota seguro me gano una buena reprimenda y un buen castigo.

No se que pasó por mi mente en ese instante, supongo que me alucinaba Tarzán con toda la presión del momento, sin dudarlo y sin pensarlo dos veces me lancé al río, lo más curioso fue que cuando iba camino al agua recién recordé que no sabía nadar, ni un poquito.

Caí al agua y con toda la desesperación por la bota no sentía el agua fría, la corriente estaba muy fuerte y me comenzó a arrastrar, unas 3 veces la corriente me sumergió y veía todo turbio, era como estar viviendo un sueño, no sé en qué pensaba ni que sentía, no me pasó como dicen algunas personas que ven su vida pasar en un instante antes de morir, era como estar despierto y dormido a la vez. Creo que pensaba en mi madre, en Chabelita, que debería estar llorando asustada viendo lo que pasaba, en mi viejo, que diría si me pasaba algo, y en todos mis hermanos. No escuché los gritos que supongo proferían mis hermanas, Papo y la Sra. Dona.

No sé cuando tiempo paso, lo cierto es que el agua me sacó a flote y reaccioné un poco, veía mas adelante como el río se separaba en dos partes y más abajo se volvía a juntar, la corriente me arrastraba por el lado derecho cerca de la orilla, era menos caudaloso así que iba un poco más lento, a unos 15 metros divisé un pequeño árbol de eucalipto caído desde la orilla cruzando un parte del río, justo por donde iba a pasar, y pensé ¡Es ahora o nunca! Me tengo que sujetar fuerte cuando pase por ahí. Faltaban unos 3 metros para llegar al árbol, tenia los brazos levantados listos para sujetarme, cuando de pronto sentí unos brazos agarrarme fuerte por debajo de las axilas y sacarme fuera del rió, era Miriam, mi hermana, me había salvado la vida.

En la orilla vomité como un borracho pasado de copas y me puse a llorar, tenia frío y miedo. No sé si me reprimió por haber saltado, creo que con lo asustada que estaba me gritó, pero no lo recuerdo. Fuimos hasta un puente cercano, cruzamos a la otra orilla y caminamos de regreso. Cuando llegamos a donde estaban la Sra. Dona, Chabelita y Papo, alistamos las cosas y nos fuimos de regreso a casa. Chabelita estaba llorando con lo que pasó, me dijeron que Papo dejó de llorar cuando vio que el agua me tragaba. Miriam y la Sra. Dona gritaban por ayuda, pero no había nadie cerca. Fue cuando Miriam decidió meterse al agua arriesgando su vida, Dona contaba que la corriente casi la arrastra también.

Cuando llegamos a casa, le contaron a mi Madre todo lo que pasó, ella reprendió a Papo por haberse puerto así por la bota, y también a nosotros diciéndonos su clásico - ¡Se los dije! – A mí me reprendió entre molesta, asustada y aliviada, y luego me abrazó diciéndome - ¡Pobre mi hijito ya te estaríamos velando! – Todavía le quedaba humor para ese momento.

En cuanto a mí, cada vez que podía contaba lo sucedido como una gran historia, no faltaba uno de mis hermanos que salía diciéndome – ¡Pero casi mueres! – Y yo le respondía - ¡La rama estaba cerquita, ya iba a salir! – Lo cierto es que por dentro me moría de miedo, en las noches soñaba con el río y con lo que pasó, nunca se lo dije a nadie, cuando estaba despierto y cada vez que lo recordaba, sentía una profunda tristeza, supongo que era una especie de depresión. Ese miedo me duró casi un año, y la fobia al agua me duró muchos años, recién aprendí a nadar a los 22 años.

A Miriam, mi hermana, nunca le agradecí por salvarme, no era muy expresivo de niño. Algunas veces cuando hacia alguna travesura y se enojaba conmigo me decía - ¡Mejor te hubiera dejado en el agua! – Pero se que no lo decía en serio.

Ahora se lo agradezco, escribiendo estas líneas, dejando con mis palabras lo eternamente agradecido que estoy con ella, si ese día estiraba la pata y me iba a donde San Pedro tocando el arpa, nunca hubiera tenido la vida que tengo ahora, no hubiera conocido a tantas personas, reído como lo hice y como lo hago, no hubiera llorado cuando perdí a Chabelita, o enterrado y sufrido por mi viejito, no hubiera sentido la dicha de conocer a mi esposa, no hubiera cargado y sentido la felicidad inmensa de tener en mis brazos a mis hijos, y no hubiera escrito jamás estas líneas.

La vida está hecha de decisiones, una simple decisión puede cambiar el rumbo de una vida y de muchas que tienen que ver con ella, es el decidir por el sí o por el no lo que determina nuestra existencia y las consecuencias que ello acarrea. Mi hermana decidió por el sí y mi vida siguió su rumbo con sus aciertos, virtudes y defectos. Por eso y muchas cosas más ¡Gracias Miriam por salvarme!

Ese fue el día en que me toco vivir…

sábado, 5 de enero de 2008

"Mi amiga" la monja Celina, última parte

La monja me miró con una expresión dura y con una media sonrisa casi cruel dijo:

¡Freddy, tú sabes muy bien lo que le pasa a los mentirosos! ¿verdad?

La miré recordando las cachetadas y con una calma inusual para el momento y sin temor repliqué:

-¡si quiere salir de dudas revise debajo de la carpeta de Celia!

Ante mi respuesta la monja miró a toda la clase y todos la escudriñaban con demasiado interés esperando su reacción, un tanto dubitativa se dirigió a la carpeta de Celia, quién tenía la cara demasiada sonrojada que parecía un tomate a punto de estallar y mirándome con una rabia contenida, yo le devolví la mirada con una sonrisa de satisfacción, al llegar al lugar de la chismosa, la monja Celina rebuscó debajo de la carpeta, se puso rígida como un palo de escoba y saco dos bolsas de chicles de sabor chicha morada, y apretando los dientes le dijo a Celia:

-¿Qué significa esto? ¡Masticando cochinadas en mi clase, no te lo permito!

Regresó a su escritorio con las dos bolsas en la mano y al pasar por mi lugar me miro frunciendo los labios, yo simplemente le devolví la mirada con una media sonrisa de satisfacción, pensando en cuál sería el castigo para Celia la chismosa. Desde su escritorio la monja Celina vio a toda la clase y en voz alta dijo:

¡Voy a dar un castigo ejemplar para que esto no vuelva a suceder!

Se levantó y comenzó a repartir los chicles a toda la clase, todos se quedaron sorprendidos por el detalle, yo más sorprendido aún porque no era el castigo que esperaba le iban a imponer a la chismosa. Cuando uno es niño no entiende muy bien el concepto de la venganza o las revanchas, pero yo tenía mucho rencor acumulado hacia ellas dos, ahora recuerdo ese episodio y no niego que me causa cierto rencor pero también mucha gracia.

Ese fue el gran "castigo" que anuncio la monja para Celia la chismosa, definitivamente no fue lo que yo esperaba pero a Celia si le afectó mucho, porque no dejo en todo el resto de las horas de clase de lanzarme miradas de rencor, y se ponía cada vez más colorada cuando le devolvía las miradas con una sonrisa media burlona, fue su castigo al fin y al cabo.

Del episodio con Celia y sus chicles transcurrió aproximadamente un mes, estaba en uno de los tantos recreos y tocaron la campana de final del recreo, yo jugaba con una rama de pino y me metí a los servicios higiénicos con la rama en la mano, para bajar al baño de niños había que descender unas escaleras, me paré frente al retrete y en un impulso casi inconsciente tiré la rama dentro, inmediatamente escuche a mis espaldas una voz que me dijo:

¡vas a ver te voy a acusar con tu profesora!

Era un niño de un grado superior al mío al cuál conocía solo de vista y él igual a mí, por tanto no sabíamos el nombre uno del otro. En ese instante imaginé a Kiko amenazando al Chavo con acusarlo por alguna travesura que este habría cometido y me causó mucha gracia, y como para poner más dramática la situación por una simple rama continuó:

¡Dime inmediatamente tu nombre y apellido para ir a donde tu maestra!

Tenía 8 años pero no era tan tonto como para decirle: ¡oh si por supuesto, mi nombre es Freddy Zamudio y mi profesora es la monja Celina! ve y acúsame con ella para que me regale otro par de caricias en los cachetes, simplemente lo mire y le dije:

¡Si quieres ve y cuéntale a la directora! porque en este instante me voy a clases, di media vuelta y me fui, imagino que se quedó paralizado con mi respuesta y reaccionó un poco tarde, porque como a los 10 minutos una de las maestras vino a mi clase y le dijo a la monja:

¡Madrecita, dicen que uno de sus niños está inundando el baño!

La monja salió más rápido que alma que lleva el diablo con dirección a los baños, lo que siguió a continuación fue un alboroto comparable solamente con el ruido que hacían las gallinas cuando las perseguíamos para que mi madre las cocinara, las profesoras corrían, una monja bajita y rechoncha tocaba la campana, la directora daba grandes zancadas con dirección a los baños, el portero del colegio corría de un lado para otro y todo el colegio estaba convulsionado queriendo enterarse de la causa del revuelo. A los pocos minutos vimos saliendo a la monja Celina con el brazo derecho pegado al cuerpo, custodiada por unas cuantas profesoras y la directora rumbo al hospital.

Los rumores eran de lo más jocosos y algunos hasta tirados de los pelos, unos decían que no aguantaba las ganas de ir al baño y por apurada rodó por las escaleras, otros decían que se había agarrado a trompadas con una profesora con la que no se llevaba bien y que esta le había aplicado una llave de lucha libre y le había fracturado el brazo, por ahí escuche a unas niñas de sexto grado decir: ¡como es una bruja seguro que se cayó de la escoba mientras se dirigía volando al baño!, unos niños de primer grado aseguraban fervientemente haber visto a la monja jugando fútbol con el portero del colegio, y que la monja se había lastimado el brazo al hacer una chalaca.

La verdad salió a la luz con el transcurso de los días, el niño que quería acusarme pensó que estaba solo y permaneció en el baño buscando una manera de culparme, llenó de papel higiénico el urinario y soltó todas las llaves de los lavamanos con los tapones puestos hasta que estos comenzaron a rebalsar, pero no contaba con que había un niño de segundo grado mirando todo desde una ventana, y este fue donde su maestra y le dijo que el culpable era un niño de tercer grado y no uno de cuarto, ese error provocó que la monja Celina vaya al baño y al entrar resbalara en el piso mojado y se desplomara de costado como un costal de papas, lo que provoco que se fracture la muñeca de la mano derecha, la misma mano con la que me regaló "sus caricias".

sábado, 29 de diciembre de 2007

"Mi amiga" la monja Celina, parte 2

¡Demonios! Me puse más pálido que el poto de un fantasma y busque con la mirada a la monja, me miró y estaba echando humo por las orejas, y los ojos se le querían salir de las órbitas, se acercó a mi lugar y grito:

¡Eres un mentiroso! ¡Ladrón! ¡Solo los delincuentes hacen eso!

Me tiro un par de soberbias cachetadas de ida y vuelta, creo que por esos días estaba con la gripe y los mocos se me fueron de viaje con cada cachetadón, no sé cómo las aguante, la mire con miedo y con odio, pero no lloré, me daban ganas de pararme y tirarle un par de patadas en las canillas, pero sabía que si hacía eso no regresaba más al colegio porque me ganaba una expulsión, así que me contuve, toda la clase me miraba y yo me moría de vergüenza. Los segundos se hacían eternos, me imaginaba la cara de mi amigo Pato, de miedo, y pensando si a él también le tocaría su dosis de cachetadones, pero no le dijeron nada, ni siquiera lo miraron. De pronto la monja me grito:

¡Fueraaa! ¡Te vas de acá y no regreses!
Saqué mis cosas y me fui, de camino a casa pensaba muchas cosas ¿Que diría mi madre? ¿Me correrían del colegio? Lo que más me preocupaba era lo que diría mi viejo, ese tío sí que era más duro que el Terminador, sí que nos daba nuestras buenas zurras cada vez que hacíamos travesuras de consideración.

Llegué a casa y mi madre estaba en la tienda, me miró sorprendida y le dije que en el colegio habían suspendido las clases, pero me conocía muy bien y no se tragó el cuento, luego de cambiarme la estuve ayudando de lo más empeñoso y obediente, entonces me hizo la pregunta de rigor:

¿Cuéntame que pasó realmente?

Se lo tuve que contar, le dije que había olvidado hacer la tarea de la lata forrada por haber trabajado con ella el día anterior, que la monja me había metido un par de cachetadas, etc. Tenía la esperanza de que vaya al colegio y ponga en su lugar a la monja, pero eso no paso, ella fue a hablar con la monja y le explicó por qué no había hecho la tarea, pero en ningún momento le recriminó esa actitud hacía mí, la monja le respondió que vaya al día siguiente llevándole la tarea hecha por mis propias manos. Aun hasta hoy me causa rencor recordar ese pasaje de mi vida, que mi madre no haya tenido otra actitud con la monja, al menos le hubiera gritado por haberme tratado de esa manera, antes los padres aceptaban el hecho de que a sus hijos les apliquen castigos físicos en el colegio, ahora todos sabemos que es un delito. Mi hija Lucía es la única que está en el colegio, sus hermanos Leonardo y Nicolás aún están pequeñitos, sí alguna vez les infieren algún castigo físico o psicológico, voy al colegio y pongo en su lugar al causante, y si es varón lo espero a la salida del colegio y le saco todo lo que se llama madre.

Al día siguiente regrese al colegio con una lata forrada y se la entregué a la monja, me miró con cara de pocos amigos y me puso 14 de nota, esta vez no pensé nada acerca de la calificación, me senté en mi lugar pensando en una manera de vengarme de la monja o de la chismosa de la clase, Celia. La venganza llegó aproximadamente al mes, ella se sentaba a 2 carpetas detrás de la mía, vi que masticaba un chicle haciendo bastante ruido, luego otro, y después de unos minutos otro más, debía de tener varios porque estaba en ese trajín hacia buen rato, así que se me ocurrió lo único que podía hacer para que la castiguen, usar lo mismo que ella usó para que la monja me regale "sus caricias", se lo conté, calmadamente y con una inocencia maligna relamiéndome los labios, dije:

¡Madre, Celia está masticando chicles hace rato y no deja que me concentre en la clase!

Me imagino que mientras se lo contaba debo haber parecido esos personajes de caricaturas que dicen sus planes malignos mientras se frotan las manos, a continuación la monja se paró y pregunto:


¿Celia, es eso cierto? la chismosa se puso colorada y por supuesto que lo negó chillando: ¡no madrecita, el chino es un mentiroso!

jueves, 13 de diciembre de 2007

"Mi amiga" la monja Celina, parte 1

Aún la recuerdo como si fuera ayer, y cada vez que lo hago me recorre cierto rencor, pero también me arranca una sonrisa al recordar las travesuras que hice en la época de la tía esa. A ver, tenía 8 años, y cursaba el tercer grado de la primaria, todo flaquito, mi peinado con raya al costado izquierdo, como le gustaba a mi viejo, andaba con mi bolso de cuero, en lugar de mochila o esas maletas James Bond como las que usaban algunos de mis compañeros, ahora que lo pienso, ese año, 1985, yo ya usaba ese bolso de cuero que le vimos a Paolo Guerrero ¡¡¡el muy cabrón!!! Bueno a lo que iba, ese grado designaron de profesora a una de las monjas del colegio, era usual que las monjas dicten clases, ya que estudie en un colegio dirigida por viudas de pingüino. La cuestión es que desde el primer día de clases la monja y yo nos causamos mutuo rechazo, el motivo, hasta ahora no lo puedo precisar, tal vez me vio la cara de travieso o de alguien que parece callado pero en realidad analiza mucho antes de actuar, y seguro pensó, ¡este pendejo a mí no me la hace!!! La monja Celina era alta, blanca, una cara de avispa flaca, unos dedos largos y huesudos, y una expresión dura. Yo le decía madre a secas, que estupidez, no sé por qué llaman madre a las monjas, ¿acaso alguna vez parieron y sintieron el dolor que nuestras madres sí? Los demás compañeros le decían madrecita, más pateros no podían ser.

Un día dejó de tarea para la casa, fabricar una porta lapiceros con una lata reciclada, había que forrarla con papel de regalo y bueno dejarla lo más bonita que se pudiera, la tarea tenía una calificación acorde al empeño que le hubieras puesto. Llegó el día de presentar la dichosa lata y en la formación de la mañana antes de ingresar a clases, me di con la ingrata sorpresa de que se me había olvidado por completo, que joda, el día anterior trabajé en el negocio familiar, ayudando en el horno de pasteles a limpiar las latas para hornear y otras cosas más. Se me cruzaron mil y una ideas de cómo salir del apuro, lo peor era que todos tenían sus latas y yo no, llegamos al salón de clases y yo estaba sudando frío de miedo, ¿qué me iba a decir la monja? ¿Se lo diría a mi vieja? ¿Mi viejo me daría una zurra? La cuestión es que me senté en mi carpeta todo preocupado, al costado mío se sentaba mi amigo Ronald al que le decíamos Pato, por lo parecido de Ronald con Donald, le conté lo que pasaba y me dijo: ¿qué te parece si yo presento mi lata y luego te la paso? Le dije -bacán, que buena idea, ¡gracias Pato!

La monja saco su lista y comenzó a llamar en en orden alfabético, y empezó a calificar más o menos con estas expresiones ¡muy bien Pepita!¡que buen trabajo Juanita!....¡excelente Lita! ...¡Tú si eres listo Carlitos!.., etc. Cuando le tocó el turno al Pato, la monja reviso su lata y le puso 18, ese Pato era bien chancón y era un trome en los trabajos manuales, con razón en la secundaria nos enteramos que era un trome con la mano... Regresó con una sonrisa cómplice de oreja a oreja y me guiño un ojo antes de pasarme la lata, sólo quedábamos 2 por llamar, mi amigo Queño, el pequeño y yo. Cuando la monja llamó por mi apellido, salí nervioso con las manos sudándo, y un poco pálido, mientras ella me miraba con una expresión dura, llegue a su escritorio y le entregue la lata, la miro sin ningún interés y dijo: ¿Esta lata me parece conocida? y me puso 15 de nota, regresé a mi lugar molesto y pensando ¡qué pendeja! Claro como yo le caía altamente a la teta me puso esa nota y a mi amigo Pato le puso 18, ahora que recuerdo, que conchudo fui por haber pensado así y encima con un trabajo ajeno. Me senté en mi carpeta y con una sonrisa cómplice, y sin que la monja se diera cuenta, le devolví la lata a mi amigo Pato, ¡te debo una! Le dije, gran error, al segundo escuchamos una voz que chillaba ¡madrecita, Ronald le presto su lata al Chino! Era Celia, la chismosa de la clase, de esas que no faltan en ningún lado, era más chismosa que la Urraca.